Desde el sábado por la mañana, una
legión de funcionarios de 17 dependencias federales toca las puertas de las
casas pobres de los municipios de Acapulco y Apango, resueltos a ponerle nombre
y apellido a las estadísticas de la desigualdad del Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social, y cumplir con la instrucción de
erradicar con un nuevo enfoque la pobreza extrema, que apenas el viernes les
dio el presidente Enrique Peña Nieto.
¿Y porque se hace este ejercicio
en Acapulco y Apango? Porque serán modelo para preparar la intervención en 400 municipios
considerados en la Cruzada Nacional contra el Hambre con nuevos lineamientos y
atacados con el nuevo Catálogo Nacional de Programas Sociales, avalados por
Transparencia Mexicana y CONEVAL.
Y es que siempre en México, y
especialmente en nuestro sufrido estado de Guerrero, el esquema de combate
contra la pobreza se había concentrado en acabar con las carencias que viven
las familias con despensas, dinero regalado y bultos de cemento. El enfoque asistencialista
había sido repartir alimentos y apoyos a cambio de votos, y no terminar con las
causas que provocan la desigualdad social.
Hoy, se vislumbra que la
prioridad será fortalecer las capacidades productivas de los pobres y con acciones
sencillas pero de un gran impacto para quienes viven bajo la línea de la
pobreza: Que las familias coman adecuadamente. Que no haya niñas y niños desnutridos
y crezcan mejor. Que los campesinos y los pequeños productores ganen más. Que
no haya perdidas pos cosechas, que en México ocurre entre un 25 a un 50%. Y se despierte
la movilización social.
Con cuestionarios en la mano, funcionarios
recorrían polvosas calles, recogían datos y levantaban listas de los futuros beneficiarios
de los nuevos programas sociales de Enrique Peña Nieto, y con la imagen que
desprendían me prometían algo esperanzador: que la Cruzada Nacional contra el
Hambre no será un mero regalador de despensas, que será una estrategia
integral, que implica también una política económica para que haya crecimiento
y mejore el ingreso de la gente pobre.
Y la tarea no será fácil, pero no
imposible. Habrá transferencia monetaria y condicionada de ingresos, subsidio a
los alimentos, asistencia técnica orientada a la producción y a la productividad,
y proyectos integradores con financiamiento, capacitación y apoyos a la
formación para la vida.
Yo sólo espero que los tiempos
del paternalismo y el control político queden finalmente atrás y haya un cambio
transformador en la actitud de quienes serán responsables de encabezar en
Guerrero los esfuerzos del nuevo gobierno. No se trata de condicionar los
apoyos con votos, porque sería criminal, ofensivo y decepcionante para una
mayoría que creyó que habría un cambio real con el presidente Enrique Peña
Nieto.
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