En solidaridad con Pioquinto Damián Huato
No dejo de preguntarme, ¿qué fue
lo que dejamos de hacer para llegar al punto en el que nos encontramos? O más
bien, ¿que hicimos para que nos envolviera la sensación de una profunda
inseguridad? Si fuera por omisión o comisión, muchos somos corresponsables de
la violencia que nos agobia y cual loza sobre nuestros lomos, me siento un
condenado que vive día a día una sentencia sin fecha de liberación.
Todos somos culpables y
sentenciados por el juez de la muerte. Y sólo esperamos el día que los sicarios
nos coloquen en el paredón y nos fusilen, sin que nos llegue el indulto de un
soberano que lo único que lo mueve son los tiempos electorales. Purgamos una
pena de por vida por todos los errores que cometimos, por algo que hicimos o
por algo que dejamos de hacer.
Y en la prisión en la que nos
encontramos, solo nos queda esperar encerrados que Dios ilumine a los
gobernantes a tomar decisiones valientes y hagan su trabajo. ¿Podrán asumir las
responsabilidades que se echaron a cuestas cuando les dimos los votos? ¿Serán
capaces de fajarse los pantalones ahora que se encuentran en la comodidad del
poder?
Pedirles que sí no pueden
renuncien, suena hueco y sin sentido. Ningún político con hueso deja la chuleta
por inepto. Por eso, es más fácil que yo renuncie a los ideales por un país en
paz, y deje de pensar que es posible un futuro mejor en la podamos caminar
tranquilos sin voltear sobre nuestros hombros.
Renuncio a soñar en un México
libre de violencia, justo y promisorio. Y esperar sin remedio, a vivir
encerrado el horror de la violencia.