A la edad de 95 años, murió un
hombre bondadoso, humilde y compasivo, quien después de 27 años de prisión, salió
libre para dirigir a su propia Nación y terminar con el sistema de segregación
racial en Sudáfrica que muchos conocimos como el Apartheid: Nelson Mandela.
La vida de Mandela fue
impresionante y vale la pena recordarla como un ejemplo de inspiración para las
nuevas generaciones. Si puedo condensarla en unas palabras, diría que vivió para
proteger la vida de otros. Siendo prisionero de la supremacía blanca, Mandela
emergió sin una gota de odio ni abrigar deseos de venganza.
Salió de la cárcel con gestos de
reconciliación y buena voluntad: almorzó con el fiscal que le dictó sentencia, cantó
el himno de los blancos durante su juramentación como presidente de Sudáfrica, y
viajó cientos de kilómetros para reunirse con la viuda de Hendrik Verwoerd,
quien fuera primer ministro al momento de su encarcelamiento.
Quizás uno de sus momentos más
memorables y que retrató muy bien la película Invictus, fue en 1995 cuando
entró caminando al campo de rugby de Sudáfrica vistiendo la camiseta del equipo
nacional, cuyos integrantes eran blancos y a los que iba a felicitar por haber
ganado la Copa Mundial.
En 1993 compartió el Premio Nobel
de la Paz con el presidente F.W. De Klerk y con una abrumadora mayoría, fue
elegido presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones multirraciales del
país, después de 300 años.
Y termino esta nota recordando
las palabras que dijo Mandela al tomar posesión como presidente de su país: "Al
fin hemos logrado nuestra emancipación política. Prometemos liberar a todos los
pueblos del pesado yugo de la pobreza, la privación, el sufrimiento, y la discriminación".
"Nunca, nunca, nunca jamás volverá a ocurrir en esta tierra la opresión de
uno contra el otro".
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