“Avisamos muchos días antes que
iban a haber lluvias torrenciales y que iba a haber deslaves”, reveló el
meteorólogo Lixion Ávila del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos con
sede en Miami, Florida. Entonces, ¿Qué pasó?...ya sé, más bien pasaron muchas cosas. Lo primero, es
que nadie informó ni alertó a tiempo lo que iba a pasar. La segunda, es que no estábamos
preparados ni listos para enfrentar tres a cinco días consecutivos de lluvia. Y
la tercera es que la catástrofe reveló lo mejor y lo peor del ser humano.
De lo primero. El Sistema Nacional de Protección Civil no alertó a
la población ni a las autoridades locales, salvo un escueto boletín de la
Comisión Nacional de Agua que emitió, ¿Saben cuándo?: el viernes 13 de
septiembre a las 16:00 horas, cuando ya caía un diluvio sobre nosotros. ¡Hazme
el favor! El Centro de Prevención de Desastres que anunció el Gobierno del
Estado nunca se hizo realidad y de los ayuntamientos mejor ni hablamos.
De lo segundo. Los planes directores urbanos o no existen o nadie
los respeta. Veamos: Se construye sobre pantanos, en barrancas, en laderas y en
márgenes de los ríos y lagunas. El estado de Guerrero no tiene un atlas actualizado
de riesgos y el que existe nadie lo conoce como tampoco hay un plan de prevención
de desastres. Y del sistema de alerta temprana mejor ni hablamos: No existe
punto.
De la tercera. El peor desastre natural en la historia de Guerrero,
sacó a flote un pueblo estoico, tenaz y generoso que alivia el drama de miles
de familias que perdieron su patrimonio o lo más valioso: la vida de un ser
querido. Un pueblo estoico que camina horas entre caminos cortados para ayudar
a la gente en desgracia. Un pueblo tenaz que reconstruye con sus manos puentes,
retira escombros y limpia casas ajenas. Un pueblo generoso que sigue dando alimentos
en los centros de acopio y aporta recursos propios.
Pero también nos hace ver lo peor
de nosotros mismos: a personas que suben el precio de los productos que vende, a
personas que no lo impiden en su condición de funcionarios, a personas que roban
tiendas departamentales, saquean comercios inundados y hacen rapiña en casas
abandonadas, a personas que aprovechan para darse publicidad y a personas que
extendieron un permiso de construcción a cambio de una buena lana.
Pronto se hablará de reconstrucción. Pero no se
trata sólo de reconstruir lo destruido, sino de aceptar la naturaleza de la
magnitud que nos espera, de identificar lo bueno y lo malo de sociedad y
gobierno, de desterrar vicios y corruptelas, de cambiar a una nueva visión sobre
la protección civil y ambiental desde lo estatal, municipal y sociedad organizada
y de sembrar la semilla de un renacimiento
en Guerrero. Hoy es el momento propicio para lograrlo. Mientras tanto, sigamos
cooperando sin protagonismos y sigamos echándole una mano a quien lo necesita.