En la casa de un campesino ves lo
mismo de siempre: los tecolpetes usados para juntar las mazorcas, el fogón de
barro con la leña apilada a un lado...y los bultos de fertilizante. La escena
es común en la Montaña, en la Tierra Caliente, en las dos costas o en el Filo
Mayor, lo que nos revela un fuerte lazo entre el hombre del campo y la tierra.
También hay que recordar que los
campesinos han aguantado absolutamente de todo: sequía, inundaciones, erosión,
plagas, bajos precios, acaparadores…menos, a que no haya fertilizante. Y como
se imaginarán, cualquier alteración que se haga con la entrega del fertilizante
provocaría hechos que la imaginación no me permitiría anticipar.
¿Y qué creen? Pues resulta que
las reglas de operación de los recursos del Ramo 33 no les permitirán a los
ayuntamientos que puedan usarlos para la compra del fertilizante, y ahí es
cuando torció la puerca el rabo. Porque sí los tres niveles de gobierno no
encuentran una salida inteligente, consensada y oportuna, estaríamos en la
antesala de un conflicto interminable.
Los extremos del problema son muy
sencillos. De un lado, que el gobierno federal necesita recursos para construir
comedores comunitarios dentro de la Cruzada Nacional contra el Hambre. Y por el
otro, que los campesinos necesitan fertilizantes para aumentar la productividad
del campo.
Ahora, si los extremos se
juntaran, en una comprensión mutua, gobierno y campesinos serían aliados de la
Cruzada Nacional contra el Hambre… para provecho de ambos.
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