Después de pasar 13 años en la
cárcel por el asesinato de siete policías que la justicia mexicana nunca le comprobó,
Alberto Patishtán, indígena tzotzil, originario del Municipio de El Bosque de
donde era maestro bilingüe, salió del penal de Guasave, Sinaloa, convencido que
“desde el primer día que llegué a la cárcel estoy libre… libre en conciencia, y
ante los ojos de Dios”.
Patishtán es un ícono de la
injusticia en México, víctima de funcionarios insensibles que lo encerraron en
una cárcel sin que mediara una orden de aprehensión, que no le aceptaron pruebas
documentales y fotográficas que lo situaban en un lugar a distinto a los hechos
del 12 de junio del 2000 y la acusación de un testigo que nunca estuvo presente
en la emboscada.
Así nomás, como ya es costumbre
en todos lados en México, cuatro hombres llegaron por Patishtán, lo subieron a
una camioneta y sin orden alguna lo llevaron al Ministerio Público, señalado
por supuestamente haber participado en el enfrentamiento donde perdieron la
vida los policías. Las peticiones de apelación y amparo presentadas ante la
sentencia de 60 años que tenía el maestro tzotzil fueron rechazadas por el
poder judicial federal al igual que un incidente de inocencia promovido en el
2009.
Nada de esto le valió. Pasó 13
años en la cárcel por un delito que no cometió, que la justicia mexicana nunca
logró comprobar y que tampoco lo declaró inocente. Lo único que lo salvó fue
que el Presidente Enrique Peña Nieto le otorgó el indulto al profesor Alberto
Patishtán y notificó su libertad inmediata.
Sin embargo, la libertad de
Patishtán tiene un sabor amargo. El indulto, de acuerdo con lo que es
normalmente aceptado, supone el perdón de la pena. Es una situación diferente a
la amnistía, que supone el perdón del delito; por el indulto la persona sigue
siendo culpable, sólo se le perdona el cumplimiento de la pena. ¿Qué gacho, no?
O sea, que para la justicia mexicana sigue siendo culpable. ¡Francamente no
entiendo!
No comments:
Post a Comment