Un amigo me dejó pasmado al
decirme que el PRI iba a invitar al senador Armando Ríos Piter a que fuera su
candidato a gobernador. Pensé que estaba mal de la cabeza. Pero días después,
otro cuate me dijo exactamente lo mismo. Qué curioso, los dos eran priistas. Y contesté
a cada uno de ellos, que el PRD iba a postular a un perredista, y que el PRI
iba a ser lo propio con un priista, lo que no los dejó satisfecho. Entonces, me
convencí que ambos sufrían el síndrome del huerfanito.
A dos años del proceso electoral
para renovar al gobernador del estado, veo que en el PRI los militantes no se
sienten representados por un liderazgo fuerte; diría que hay una grave ausencia
de liderazgos, que nos marquen una visión de lo que debemos construir para bien
de la comunidad, que nos inspire a crear un mundo al que queramos pertenecer.
Lo único que veo ahora es a
grupos que van detrás del siguiente puesto, que añoran volver al poder perdido
y a los cargos públicos. Y sienten que no lo van a lograr con uno de los suyos,
y por ello se ven como huérfanos y buscan afanosamente al que está más cerca de
sentarse en el trono de la gubernatura.
Pero en el PRI, no es el único
que se vive el síndrome. Hay una sociedad que también padece esta
sintomatología. Que no tiene un líder capaz de marcarnos un camino, que nos
diga a donde ir, para no seguir siendo víctima de las circunstancias, que tenga
un efecto magnético y que atraiga a muchos de nosotros que queremos que las
cosas cambien.
Y no dejo de pensar… que tal vez
todos somos huerfanitos.
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